miércoles, 30 de marzo de 2011

El fantasma de tu boca

Me parece que mentía la vez pasada. Sí. Puras mentiras las mías.

Me parece que si tiras de uno solo de los hilos transparentes todo mi ovillo se deshace en el aire.

Me parece que hoy yo, así como me ves, estoy rota.

No se nota, claro, pero sí.

Vas a darte cuenta cuando me preguntes algo y a mí se me trabe la lengua, todas las lenguas, y las palabras salgan atravesadas y en verdad no esté diciendo nada.

Vas a notarlo claramente cuando me mires fijo y veas que tengo los ojos como de caballo triste: estoy triste por los caballos que no tengo.

Si sos más perspicaz vas a decirme algo, una palabra, algo punzante, como decir labios por ejemplo.

Labios

Estirando todas las letras.

Y entonces ahí sí, si prestás atención, vas a poder escuchar hasta el ruido de mi corazón escarchándose como si pisaras una botella sobre el asfalto.

Porque la palabra evoca la imagen y la imagen aislada no existe, tiene un contexto, un cuerpo. Y yo veo tus labios. Toco tu boca. Me recito todo el texto de Cortazar de memoria y me enamoro y me desenamoro y me acuerdo que no. No. Ahora no. Y me dan ganas de llorar y salgo a la calle conteniendo las gotas y está lloviendo y termino caminando toda mojada hasta mi casa mordiéndome los labios por no pensar en los tuyos, aunque ya está, ya es tarde, yo ya pensé en vos… y tan bien que venía zafando che. Una palabra tan chiquita pero tan íntima que mejor no sigo hablando.

Labios.

¿Y ahora cómo termino el día si te tengo así todo formado enfrente mío, casi tan tangible que hasta te hice un té cuando preparé el mío?

Y lavo la ropa, y leo todos los diarios, y me quedo mirando fijo el lavarropas que da vueltas; todo por no mirarte, porque seguís ahí enterito, sentado entre los gatos y la pared. Callado, eso sí, pero ahí. Como para que termine de aceptar de una buena vez que sos un fantasma que no se va tan fácil con un par de clases de yoga y un poco de hablar inglés. No. No señor. Así como vos decidiste no quererme más, tu fantasma decidió no abandonarme. Cagarme cada segundo de la noche a la mañana. Durante todo el día.

Y después ocurre que me quiero ir a dormir y se me sienta en la punta de la cama como diciendo,

Ves, ves, estoy acá para que sueñes conmigo, pero no esperes que me acueste con vos. No, No.

Si hay algo que el desgraciado este aprendió de vos fue esa palabra. Y yo lo miro y sigo lloviendo por todos lados y le ruego por favor andate.

¿De verdad le pido esto?

Por favor volvete real. Encarnate, sacate las medias y metete en la cama conmigo que me muero de frío. Tocame los labios con la punta de los dedos, enrédame todo el pelo, haceme reir, convídame un pedacito de flan.

Por favor. Por favor. Aparecé o desaparecé pero no seas un espectro que espera en los rincones para que una chispa de algo me dispare la nostalgia. Ayudame. Decidite.

Decidite.

Me repito. Los labios me hablan a mí esta vez.


 

viernes, 25 de marzo de 2011

Reconstrucción

Hoy fui a un bar. Y después a otro. Después fui a otro más. Y en medio de todos esos bares me vi pasar entre la gente. En medio de toda esa gente vi algunas caras. Un par de manos. Un poco de piel.

Vi una parte de hombre y me acordé que soy mujer. Sí. Eso que tengo olvidado – o relegado – ahí en un rincón de la página. En la sangría, en el espacio que vive entre los párrafos. Yo soy la voz de una mujer que narra. Que susurra la historia de quien cree ser.

Y algo en mí se reconoció. Soy el cuerpo de una mujer. Lo habito. Soy la voz, la mente y los sentimientos. Soy esta totalidad que camina entre la gente. Que pulula entre las diferentes lenguas. Esa soy yo. Esta.

Soy yo. La que está por. La que puede… Sí. La que puede eso o esto o lo de más allá. Hoy vi partes de cuerpos, los fragmenté en mi cabeza y me di cuenta que eran sólo eso: cuerpos. Igual que yo.

Algo en mí se despertó.

Mi piel. Mis olores. Mis pelos. Todo renació por un instante. Puede ser que esté volviendo a vivir dentro de mi cuerpo. Quizá haya llegado el momento de una buena vez. Hoy puede ser el día en que mis pensamientos dejen de vagabundear y vuelvan a anclarse en sus cimientos. Quizá hoy logre ser otra vez.

Y cuando eso ocurra, – del todo- cuando yo esté completa, ah, que placer, qué alegría…

Renacer.

Una y otra vez. Reconstrucción de mi persona. Here I go again.

domingo, 20 de marzo de 2011

Extraño

Extraño ir a la huerta con vos

y que arranquemos tomillo con las manos.

Extraño el barro en los zapatos y las tardes de mates calmos.

Extraño dormirme en el sillón de corderoy

tu mano entre mi pelo,

que me lleves dormida a la cama.

Extraño las mañanas de nesquik entre las sábanas,

el olor de las tostadas,

la salamandra.

Extraño las mantas,

las hamacas paraguayas,

los manteles.

Extraño el gusto del agua,

extraño cada uno de los besos que me diste.

Extraño tu gusto a sal.

Extraño el pasto,

los conejos,

las luces de los autos en la ruta mientras cantamos volviendo a casa.

Extraño cada una de las tardes que no hicimos nada,

tu espalda,

la cama que compartía con vos.

Extraño los días que nos extrañamos,

las veces que llegaste borracho,

el sonido del despertador.

Extraño tu pelo,

extraño tus pecas,

a vos.

Te extraño tanto que me duele todo,

se me rompe cada milímetro de piel.

Yo ya no soy yo.

Me pierdo a cada segundo.

Lo único que quiero es volverte a ver y que me abraces.

Quiero dejar de imaginarlo.

Quiero pedir este deseo y que volvamos a ser nosotros dos.

viernes, 18 de marzo de 2011

Algo.


 


 

Me fijo en lo profundo de las palabras no dichas,

en el eco imaginario que hubieran dejado,

en mis lágrimas derramadas por las dudas.

Me fijo en todos los espacios en blanco,

en los huecos de las manos,

en tus ojos escrutando la nada más allá de mi nuca, en la inmensidad.

Recuerdo haber creído en algo,

que no era en mí ni en vos sino de ambos.

Un algo color ámbar,

tenía pétalos… ¿o eran plumas?

Un algo.

Ahora las mañanas son otra cosa.

Es levantar mis piernas aplastadas

y destapar mis ojos de lagañas.

Es practicar sonrisas contra todas las ventanas,

a ver si de una vez por todas regresan a pastar en mi cara.

Ahora los mediodías tienen gusto a lata,

las siestas siguen de largo.

Los breteles no se corren. No. Estan pegados.

Los atardeceres son un ocaso triste,

que exaspera hasta a los santos que desde arriba de las Iglesias maldicen gritando.

El tiempo no pasa.

Segundos achicharrados.

El tiempo ya no existe.

Todo está en pausa.

La noche parece no llegar nunca, las sombras chatas se niegan a desaparecer.

Si me cruzo con algún perro ya no lo toco.

Los niños me quitan la mirada… como si alguna vez me la entregaran…

Los hombres creen que soy una estatua de llanto y mantras,

las mujeres susurran y pasan.

Los árboles me riegan hojas,

los autos no dicen nada: ellos no hablan.

A la madrugada llego gateando, si es que llego,

si no me escapo a revolcarme en el fango.

Pero hubo una vez otra cosa.

Un algo.

Que hacía que todo brillara de la noche a la mañana.

Que hacía que todo volara de la mañana a la noche.

Hasta encontrarte dormido en mis brazos con gusto a arroz y dulce de leche.

Hacía que incluso el mate fuera menos amargo.


 

Hoy ya no está.

Siguió de largo y yo me quedé sin algo que no se bien –ni lo sabré nunca- si tenía siquiera un tamaño. O un gusto. O un olor.

Yo no sabré nada de nada.

Pero te digo algo: otro algo tengo hoy.

Se llama vacío.

Se llama dolor.

Se llama hastío.

Tiene tus mismas manos,

los dientes rotos de tanto roerme los ojos, de tanto beberse mi sal.

Me deshidrato a cuentagotas.

Decime qué tenés vos entre las manos.

Decime si tiene mi olor.

Decime si sabe andar a caballo.

Decime si deja estelas marcadas en el agua.

Decime.

Decime.

Decime lo que quieras…

nada puede ahogar mi llanto.

Cotidianeidad tomo 2.

Nueva cotidianeidad. Otra cotidiana realidad. En otra casa. Con otros olores y otras caras. Una cotidiana rutina que se me impone como si fuera realmente normal para mí, eso es, pienso:

-Como si ésta fuera mi cotidianeidad.

Pero no lo es. No. Esta es la vida de otros. Esta es una rutina ajena, con saludos diferentes y otros desayunos, con autos que van siempre del lado errado de las calles, con soles que no se asoman y con sombras que se extienden demasiado.

Es una rueda que otros hacen girar y a la que yo intento subirme cada día, como cuando esperaba tener la altura necesaria para ir a la Montaña Rusa del Italpark o algo. Cuando estás esperando que llegue el día y de repente llega y te subís, la Montaña Rusa finalmente carece de cualquier riesgo, no tengo arcadas ni náuseas ni nada.

Simplemente la monto, como quien monta una bicicleta, casi sin pensarlo.

La rutina se puede construir entonces nuevamente sobre esa otra, la pre-existente. Lo que pasa es que uno no se da cuenta hasta que le pasa lo que me pasó a mí.

Puedo empezar todo desde cero una vez más.

Y entonces dibujo mi día sobre una hoja previamente garabateada opr otros y termina siendo algo masomenos así:

Me despierto a la mañana con el ruido de los autos que pasan por Earlham Road, bajo mi ventana. Bajo las escaleras alfombradas envuelta en mi pijama y me sirvo un vaso de jugo de naranja y pongo un crumpet en la tostadora. Cuando salte le voy a untar english butter, después me voy a cambiar y ponerme guantes para irme a trabajar. Voy a caminar 25 minutos mientras escucho música en mis headphones y voy a pasar mi llave magnética por la puerta de la oficina. Voy a subir dos pisos por la escalera de madera hasta la production office y me voy a sentar en mi escritorio. Seguramente alguien me ofrezca un té. Yo igual traje mate. Voy a trabajar 8 horas y voy a apagar mi computadora. Voy a hacer todo el mismo recorrido pero al revés, quizá deteniéndome en Tesco para comprar comida, quizá pasando por algún pub para tomar una Pint of beer. Voy a llegar a mi casa de nuevo y voy a sentir el hueco que siento cada día. That´s it.

La extrañeza agazapada en el fondo de mí. Un monstruo que no se aleja, que no me deja, que no cesa. Un algo que me hace aún acordarme que todo es extraño, aunque no tanto, aún no propio. Pasarán los días y supongo que esta nueva cotidiana existencia inglesa terminará por volverse, como la otra, mi propia

Enemiga cotidianeidad.