lunes, 13 de diciembre de 2010

Domenica.

Hay algo de los domingos que sólo son domingo en ciertos lados.

Por ejemplo:

*El olor a los domingos no es lo mismo en una gran ciudad que en un pueblo.

*Las calles desoladas de domingo no son precisamente avenidas.

*Los cielos despejados de domingo, con nubes que pasan lentas, no se ven en todos lados, sólo en los barrios de casas chatas.

*Las facturas de domingo no son tan cliché en un shopping como en un patio/terraza.

*Los mates de domingo duran más.

*Las charlas de domingo son más… domingueras.

*Los amigos se quieren más los domingos.

*Las siestas de domingo se duermen sin culpa.

*La culpa está durmiendo la siesta los domingos.

Domingo. Con olor a infancia y celeste banderita sobre la cabeza; con el chaparrón que nunca llega y los perros empachados. Domingo de que las cosas salen como salen. Planes desplanificados. Veredas que salpican. Colectivos durmiendo. Trenes. Nado. Domingo.


 


 

 

miércoles, 13 de octubre de 2010

Cual reloj de arena. (o cómo me sigue perturbando que pase todo al mismo tiempo)

Las cosas se aprietan, se sacan la lengua, pelan sevillana… hasta alguna que otra patada voladora. Yo llegué primero… ¡¿qué te pasa!?... ahí estaba yo sentada…se arrancan los collares y todas las bolitas quedan esparcidas a su alrededor sin que nadie las junte, sin que importe que las otras cosas se resbalen y se disloquen las caderas, o se fisuren los cráneos.

No.

A ellas no les importa nada.

Como si un tic-tac que nadie más que las cosas mismas oyen les fuera haciendo presión entre el cerebro y las paredes para que se apuren, se apresuren por llegar primeras. Por ocurrir.

¿Pero nadie les dijo que si pasan todas juntas después no pasa más nada? ¿No queda más nada?

No. Ellas hacen oídos sordos, le dan la espalda a las razones y a las conveniencias de quien las padezca, a su cuerpo recipiente no lo escuchan ni de casualidad.

Las cosas mandan. Las situaciones. El límite al que logran llegar sólo ellas hasta hacer que su poseedor roce el ataque de nervios. El Ataque de Nervios – breakdown- es, también, una más de las cosas que se agarra a las trompadas por ocurrir de una buena vez. Por ser el mejor alumno.

Así, por el tubo -¿pasillo?- cronológico en el que nos movemos, las cosas de anudan como un traffic jam, si, como una mermelada de uno mismo – quedamos hechos puré, o jalea si su sabor es dulce- y todo estalla/ocurre a la vez.

Como pasar por un embudo llevando un elefante en la espalda.

Así.

Eso mismo se siente cuando todas estas malcriadas circunstancias se amontonan en la puerta del boliche para bailar hasta cualquier hora, cosas adictas. Malditas cosas. Entran gritando y al patovica lo escupen en los pies.

Cosas.

Que si materiales, se te caen en la cabeza y te matan, siendo inmateriales están metidas con calzador por ahí adentro. Igual también te matan, eh?

Todas a la vez, cada una gritando más fuerte hasta dejarte sordo.

Hasta que

…………….de pronto ……………….

                        el silencio.

                                Un poco ya pasó.

                                            Las cosas a la cama por un rato.

                        

El porque no me interesa, solo sé que ya no pasan.


 


 

Después vuelven a formar fila una vez más. Ah. La tranquilidad momentánea del aparente orden – aunque sea en el tiempo– me deja tirada en un sillón.


 

Ahora no pasa naranja.

 

domingo, 3 de octubre de 2010

Simultaneidad (o cómo me pasa todo al mismo tiempo)

Correlatividad de sensaciones.

¿Es que sólo a mí? ¿Soy yo la única que necesita esta sobredosis de sentires? ¿De pesares?

Chocan las diversas situaciones, las esperadas, las anheladas, las tan temidas. Se estrellan unas contra otras en el centro de mi ser. Colisiono conmigo misma y me desintegro.

Flotan mis átomos por doquier.

¿Qué decir cuando las palabras no salen de mi boca? Se me escapan los adjetivos y sólo puedo llover. Lloro. Incesantemente. Incansablemente. Llora mi mente, lloran mis manos, lloro yo.

Dolo. Tremendamente. Por todos lados, en cada sombra que atraviese el sol. Soy dolor.

Anhelo lo que no se si pasará. Tengo miedo de lo que pueda pasar. Como ya otras veces. La calma chicha, la ansiedad, todo que se hace fermento y termina siendo otra cosa. Tanta vuelta dada al ovillo para salir del laberinto hasta que el hilo se corta. Yo me pierdo en la oscuridad. Monstruos. Todos juntos se esconden tras las puertas y me gritan

buuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.

Tengo miedo. Del abismo que se acerca. De los saltos al vacío. De las camas con sábanas planchadas, de las toallas húmedas, de las mañanas sin nesquik. Tengo miedo. Tiemblo. Hasta por los oídos que ya no oyen lo que quiera decirles en secreto: tiemblo.

Todo ocurre en simultáneo. Sino, no pasa nada. Así es como sucede-me. Hoy. Siempre. Esto ahora, lo otro después nunca.

Y en el big bang mi galaxia en vez de nacer se desintegra. Todos mis átomos flotan. Mi ojo se va tan lejos de mi boca…

Sí. Hoy también. Me juntás con cucharita.

domingo, 22 de agosto de 2010

Lavandina

Le paso lavandina a la ducha, a todas las rayitas que hay entre baldosa y baldosa. Están negras, pero lentamente descubro el blanco subyacente. Sonrío. Mi batalla contra los hongos es exitosa.

Creo que es la segunda vez que intento este experimento de limpieza/ducha en simultáneo. Es muy simple. Me desnudo como si fuera a bañarme, pero ingreso al campo de batalla provista de mis armas: cepillo y lavandina. Esta vez llevé también un balde verde al que le puse algo de agua para mezclar la lavandina ahí.

Lavandina. Lavandina. Cuantas reminiscencias en su aroma. Por un lado las piletas, las abuelas, las casas viejas, los veranos, un par de ojotas, vestuario. Todo muy de baldosa y azulejo. Lavandina. Eso que nadie quiere usar más y a cambio inventan superhéroes armados con capa y espada contra quién sabe cuántos gérmenes. Pero lo mejor es la simpleza de este líquido tan temido. Por eso me desnudo. Para no dejar nada manchado. Después me quedan las manos medio raras pero me pongo crema. Ninguna vieja se murió jamás por usar lavandina che.

Ahora que termino de pasarla y de limpiar cada rayita procedo a bañarme yo. A estrenar la limpieza de mi ducha. Y me paso por el cuerpo productos varios, pensando en la cantidad de cosas que usamos cada día. Productos. Si hubiera algo como la lavandina que fuera simple y seguro. Pero no, no hay. Nuestro cuerpo es más marketinero que los azulejos creo. Qué se yo.

Cuando me estoy por poner la crema de enjuague me doy cuenta de algo terrible. Todos mis anillos de plata están negros. ¿Fue la lavandina? ¿Ahora qué hago? Me acuerdo que mi mamá limpiaba las cosas de plata con algo, una vez al año. Sacaba todo de las vitrinas y lo ponía en la mesa del comedor cuando todavía vivíamos todos juntos y la mesa era grande. Y los dejaba bien brillantes. Pero qué usaba, no me acuerdo. Era algo simple también. Odex. Cif. Alcohol. NO. Alcohol no. Eso es para sacarles los pegotes a los tuppers. Qué usaba. No sé.

Creo que por algo así inventaron el dicho que se le caen los anillos a la gente por hacer ciertas cosas. No se le caen literalmente. Se le cagan mejor dicho.

viernes, 13 de agosto de 2010

Fever


 

Cerrá.

Cerrá la ventana

que ya se cambio el aire de enfermo que me rodeaba.

Que tengo los ojos chinos de fiebre,

los dientes como con rayitas

La luz medio encendida

y todo lo que no puedo entender.

No deliro.

No.

Yo estoy de verdad flotando.

Es que hice mucha fuerza.

Yo estoy segura de que cuando pienso mi cuerpo cambia.

Cuando tengo ideas estoy más caliente.

Las empollo.

Soy la gallina de las ideas de oro.

Con o sin plumas.

Cerrá la ventana que tengo frío.

Vestida adentro de la cama, si vos no estas…

yo tengo frío.

Cuidame.

No hablemos nada Más.

miércoles, 28 de julio de 2010

Teatro autogestivo

Me lo echo en la espalda como si pudiera, como si la espalda fuera tan ancha, o yo tuviera tanta fuerza. Hago de cuenta que sí. Que yo puedo, y me lo repito como un curso acelerado de autoayuda para mí misma. Yo puedo.

Me quedo más de tres horas escuchando las canciones una y otra vez hasta que elijo unas cuantas. Cierro los ojos y veo todo. Todo. Tan claro. Tan ordenado. Tan perfectamente sincronizado, que me gustaría poder invitar a alguien a espiarlo un poquito así saben. Así no soy yo sola. Solita no quiero más.

Pero es la última, me repito. Es el último esfuerzo del viaje hasta emprender el otro. El nuevo peregrinar al viejo mundo. Al otro mundo. Me dejo esta canción que no sirve para la obra pero si me sirve a mí. Ahora. Una canción tranquilita para calmar las ansias de salir ya. De subirme ya a un escenario. Yo quería sólo actuar. ¿Y todo esto?

Pasa el recreo autodeclarado. Vuelvo a poner las manos a la obra en la obra. La obra que son mis palabras, mis imágenes, mis sueños condensados y vistos a través de miles de caleidoscopios. Atraviesa el espacio y se mete adentro de la gente. Es ya de todos. Ya la están viendo. Ya existe. Esta fuera de mí.

A trabajar.

jueves, 22 de julio de 2010

Contabilidad Personal


Hay algo en estar solo, sola, que me atrapa. Una cierta sociedad secreta que gesto conmigo misma.

Cosas como depilarme las cejas, o lavarme los dientes en la ducha mientras la crema de enjuague se va escurriendo de a poquito. Poder dejar botellitas de agua por toda la casa. Tener todas las luces prendidas y que nadie diga nada. Eso. Eso es ahora que lo pienso. Que nadie diga nada que me haga modificar ni una sola decisión.

Decido sólo por mí cuando estoy sola. Y no existen consecuencias más que para mí. No las hay. O no me importan. Yo no las percibo.

Está eso de que de repente te den ganas de hablar. Y pronuncies algo en voz alta aunque no tenga nada de sentido. Uno lo entiende. Hay, por qué no decirlo, impunidad. Con uno mismo. Con el mundo. El mundo que en esos momentos de soledad se circunscribe a uno mismo.

Yo hago planillas. Muchas. Puedo hacer cientas. Y así me tranquilizo. Porque yo gobierno en mi propio reino y puedo ver plasmadas todas las variables. Es un mal vicio, uno muy viejo ya. Algo que quedó de un mal y viejo amor también. Pero de todo queda algún residuo, y este no creo que sea - más allá de llegar a generarme una obsesión por temporadas- maligno.

Esto de poderme quedar intentando hacer mi propia contabilidad y anotar hasta el 1,20 del bondi – cosa que parece completamente absurda, pero para mí no lo es- gajes de la microeconomía de uno mismo. Esto es utilizar mi tiempo. Llenarlo de cositas que hacen que corran los minutos. Esta cierta tendencia mía a querer tener las cosas compartimentadas, ordenadas, al menos por fuera (para empezar por algún lado).

Después están los papeles que puedo dejar juntando polvo por meses en el mismo sitio. Eso también es mío. Es mi espacio. Es mi polvo. Es mi papel que no me importa en absoluto pero lo quiero ahí, haciendo pilita. Porque puedo. Reafirmo mi soberanía en esta casa. En este espacio.

Esto mismo que escribo. Porque sí. Como una suerte de manifiesto. Una adoración a mis manías. Una exposición ridícula de lo que siento. Que no tiene necesidad de ser, más allá de mis ganas de ponerme a escribir algo. Más allá del Excel abierto en la ventanita de al lado que me espera.

Hago lo que quiero.

Yo cuento.

 

lunes, 12 de julio de 2010

Nada de Todo o Nada de Nada?

Hoy es un día NI.

Ni hambre.

Ni calor.

Ni gris.

Ni marrón.

Ni siquiera me peiné – como si alguna vez lo hiciera-

Ni chicha ni limonada.

Ni pájaro en mano ni cien volando…

No pasó nada relevante, más que la cotidiana ansiedad de las mañanas, la fiaca post almuerzo, las preguntas sin respuesta que no bajan ni con los ocho cafés que me tomé (desde instantáneo hasta express), la bronca anulada, las canciones que me llevan a volar, me traen miradas, los suspiros, las colillas aplastadas – camel straights damn it!- .

Promesas y más promesas que ya no quiero ver.

La cabeza que busca cierta calma,

la música y las guirnaldas apagadas…

las cosas malas…

Y de repente,

en un segundo de aparente estancamiento,

alguien me habla.

Y busco la boca pero sólo escucho las palabras.

TODO VA A ESTAR BIEN.

Mi sonrisa raja el frío invernal.

Se me derrite la cara.

Ya no me importa tanto que hoy no haya pasado nada.

Mañana quizá…

Hoy me conformo con esta sentencia sabia.

 

miércoles, 17 de marzo de 2010

Me llueve.

Me convierto en caracol.

Mi casa soy yo.

No necesito más nada

que el minimalismo zen.

Existo,

soy esto que hoy

respira.

Agradezco el aire

y mis pulmones.

Todo lo demás

se desvanece.

martes, 16 de marzo de 2010

Calma chicha






















La pausa anticipa la caída. Este es el momento previo al despegue...al gran salto. Hay tanta calma, demasiada. Me ahoga la tranquilidad. No pasa nada. Es la hora mas oscura de la noche, antes de que el sol empiece a asomar.
¿Me aburro?
No se lo que siento.
Necesito viajar.
Estoy por estallar.
¿Nací para brillar?
Quiero gritar.
Bailar.
Actuar.
Expresar todo lo que siento, abrir la boca y expulsar sentimientos.
Algo que me asegure que lo que hoy no escribo, otro día saldrá de otra manera.
Que todo lo que no vivo pasa en otra dimensión en dónde sí... donde yo sí.
Gente que sí.
*

domingo, 14 de marzo de 2010

Crónica de una noche bizarra. O no.

Entramos en lo que parece ser un edificio público; digamos un EDENOR o algo por el estilo, pero reciclado, remodelado, retocado… seguro re caro. En las calles internas luces y plantas actúan como colchón de ruido. Tranquilidad. Roza el zen.
Adentro. Un espacio amplio por demás, con varios desniveles, una pileta – en medio del LOFT- un ascensor de vidrio, una barra/cocina de acero inoxidable. El broche de oro: bajo una especie de instalación lumínica que pende del cielorraso del piso superior hasta la planta baja se yergue una estatua de la libertad de tres metros de alto.
Aplauso.
La casa es una mezcla de telo con película de dealers, con Uma Thurman clavándose a sí misma un shot de adrenalina en medio del pecho y Jhonny Depp enloqueciendo en Las Vegas.
Y nosotros en medio de las estridencias del dj, buscando Fernet por todos lados, haciendo las amistades necesarias para conseguir lo que queramos ahí adentro, revolviendo botellas vacías, encontrando botellas escondidas, tratando de ubicarnos en ese lugar.
Nos cruzamos con gente nueva y vieja.
Y ebrios. Salimos cuando nos prenden las luces cuál boliche quinceañero. Y agarramos el auto. Y vamos a auto Mac. Y ahora que escribo me doy cuenta que todas mis historias terminan en Mcdonald´s y me estremezco.
Pero mejor no, mejor no termino acá la noche, mejor aprieto RW y vuelvo atrás. Mejor contar cómo fui cortadora de entradas de un teatro en calle Corrientes y pidieron el libro de quejas. Y yo que miraba al señor que hacía la cola e indignada le decía
-¿De verdad crees que te estoy tratando mal?
Y pienso en toda la gente que me dice que a veces tengo mal modo, pero lo contrasto con la señora que recién me dijo amablemente que qué lindo collar. Fuck it. Si me das 5 minutos juro que puedo tratarte tan mal que quedás llorando, pero así no. Yo no te traté mal. Por el pasillo central lo van a acomodar, gracias, desea agrandar su combo por cincuenta centavos más? – y el flash de mi sonrisa plateada- . Lo dejo en manos de las acomodadoras que recaudan más plata que el productor mismo. Que dan ganas de ni siquiera ir al colegio y acomodar gente para siempre.
Y el tap.
Escenarios.
Todos son escenarios.
Nos terminamos los combos en un santiamén. No me doy cuenta de nada y me duermo en los brazos de mi amor ebrio.
Hoy no sirvo para nada. Duermo todo el día tirada en el pasto. Para que la naturaleza me cure lo que yo puedo volver a arruinar tan fácilmente. Respiro y como. Con esto ya es suficiente.
Las bondades de ser veinteañera…no me puedo quejar.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Un paseo por Central Market


 

Un paseo por los olores aplastados contra el asfalto, y la humedad que empieza a suspenderse otra vez, luego de la lluvia de ayer. Esquivando charquitos de barro y de pulpa de frutas ya deformes, ya anónimas, entre las miles de cajas y cajones, las voces de toda Latinoamérica se elevan al cielo y anuncian precios y mercadería.

El Mercado Central vive así cada día. Y cada noche. Para comprar pescados el mejor momento es los martes a las 3 de la mañana, para las verduras cualquier día, antes del mediodía; las baby berenjenas están los miércoles, no como las paltas (hoy no encontramos).

Hay de todo en la ciudad de las mercancías a bajo precio: podes comprar desde una almohada hasta una máquina de fotos – a buen precio, mejor no preguntar- ; artículos y adminículos de limpieza, camas, sillones, ruedas para tu camión, un chancho entero (o fraccionado), kilos y kilos de tubérculos, en fin: variedad, precios, oferta y demanda que manejan en las ferias como capricho a cada rato.

Y todo parece fantástico, los billetes elásticos, los fondos infondables, hasta que abrís la bolsa con el kilo de tomates. Y no. Yo no quiero ESE kilo de tomates. Por más barato que sea, por lo menos ahorrate la caradurez, dame tomates más lindos, con lo rojitos que están… y te cagan porque los tomates redondos de tu bolsa están llenos de tajos: entonces te quejás y te enchufan uno que está tan verde que ni siquiera para frito. Y que te cobran un peso de más ¿si me cobrás más para que carajo vine al Mercado Central? Y peleás con la boliviana que devuelve sin chistar, porque se fijan hasta dónde, prueban la trampa, y el pez que pica queda. Pero yo no. No. A mí no.

Y camino los pasillos esquivando los carritos y camiones que de tan repletos no saben por dónde van: entre eso y los charcos es toda una odisea movilizarse. Y se me llenan las manos de bolsas que van cortando mi circulación: menos mal que me vestí acorde, pienso, hasta que una de mis zapatillas se desata y ahí empieza el caos.

Después pasamos por el pabellón de las carnicerías en donde la gente hace metros y metros de cola porque los precios son tan explícitos: de un lado el asado sale $21 mangos el kilo, pero enfrente el cartel dice $12. Y qué querés. Nos ponemos en la cola. Pero de repente veo que mi compañero se mete en un huequito y sale con una bolsa rebosante de osobucos y le digo: te colaste. Te colaste en el mercado central en plena crisis de aumentos. A vos te van a apedrear en el medio del playón del estacionamiento. Y nos apuramos hasta el auto para seguirlo cargando. Y vemos que la goma está baja, pero qué importa, qué importa si en el central market world hay hasta gomería. Hay puestitos de panchos por dos mangos – pero que se abastecen con la mercadería de adentro, que te ofrece 120 salchichas con pan, mostaza y mayonesa a $67 – y de repente el carrito en la costanera no parece tan mal negocio.

Pienso, siento, aspiro el crisol que es el mercado central y sonrío desde mi anonimato: soy una más de las miles de personas que llegan, compran y se van. Muevo la mercadería y la revendo en otro lado, de otra manera. Somos tan sólo un pequeño eslabón en la cadena.

Salimos como zombies en pleno mediodía y el calor insoportable que se empieza a mezclar con los olores hasta generar náuseas. Apretamos el acelerador, dejamos atrás los ruidos, los precios, la diferencia de centavos que de repente importa. Todo el ahorro, cada pequeña cuenta, cada monedita. Hasta un limón.

Frenamos porque tenemos hambre y pedimos un combo Cuarto de Libra y una Macnífica. Encarnamos la paradoja. Pedimos un poco más de sal y repetimos al unísono: en el fondo, lo que importa es el kétchup.

lunes, 22 de febrero de 2010

Víbora de agua.

Como si estuviera condenada a escribir las cosas que pasan, los pensamientos, las sensaciones. Como si fuera tan fácil poner todo en palabras. Por ejemplo la semana pasada, que no se bien qué me pasó pero es como si se me hubieran acabado las fuerzas, no me podía levantar, ni siquiera abrir los ojos, y entonces, me dejé llevar por la calma chicha y me dormí como tres horas a la tarde, en mitad de la semana.

Y al despertar me atacó la culpa de no haber hecho algo, como si supuestamente siempre hubiera que hacer algo – y, ahora que lo pienso, podría pasar la aspiradora- la maldita culpa que gotea en la cabeza invisiblemente persistente. Y yo que buscaba la razón del sueño y llegué a atribuírsela al exceso de actividad cerebral a causa del intento de culminar una tesis eterna, o al abuso de deporte debido a la inactividad por estar escribiendo la tesis. Resumo: De día escribo, a la tarde corro y nado, a la noche quedo destruida pero igual algo hago y así, así, hasta que la víbora desaparece de tanto comerse la cola y yo me quedé dormida.

Y al despertar me atacó la culpa y yo con la guardia baja después de la siesta.

Mi hermano me pregunta si tengo falta de sexo, mi padre me compra vitaminas, mi novio me dice que descanse. Mis amigas me miran como a un bicho raro y a mí todavía me duele todo, la tesis sigue sin terminar, escribo para tratar de explicarme lo que ocurre, la alfombra junta pelusa.

A la culpa se la llevó la lluvia: con estos días de mierda sólo quiero dormir. No tengo idea qué pasa. Pero, como todo, ya pasará.