lunes, 22 de febrero de 2010

Víbora de agua.

Como si estuviera condenada a escribir las cosas que pasan, los pensamientos, las sensaciones. Como si fuera tan fácil poner todo en palabras. Por ejemplo la semana pasada, que no se bien qué me pasó pero es como si se me hubieran acabado las fuerzas, no me podía levantar, ni siquiera abrir los ojos, y entonces, me dejé llevar por la calma chicha y me dormí como tres horas a la tarde, en mitad de la semana.

Y al despertar me atacó la culpa de no haber hecho algo, como si supuestamente siempre hubiera que hacer algo – y, ahora que lo pienso, podría pasar la aspiradora- la maldita culpa que gotea en la cabeza invisiblemente persistente. Y yo que buscaba la razón del sueño y llegué a atribuírsela al exceso de actividad cerebral a causa del intento de culminar una tesis eterna, o al abuso de deporte debido a la inactividad por estar escribiendo la tesis. Resumo: De día escribo, a la tarde corro y nado, a la noche quedo destruida pero igual algo hago y así, así, hasta que la víbora desaparece de tanto comerse la cola y yo me quedé dormida.

Y al despertar me atacó la culpa y yo con la guardia baja después de la siesta.

Mi hermano me pregunta si tengo falta de sexo, mi padre me compra vitaminas, mi novio me dice que descanse. Mis amigas me miran como a un bicho raro y a mí todavía me duele todo, la tesis sigue sin terminar, escribo para tratar de explicarme lo que ocurre, la alfombra junta pelusa.

A la culpa se la llevó la lluvia: con estos días de mierda sólo quiero dormir. No tengo idea qué pasa. Pero, como todo, ya pasará.