domingo, 27 de enero de 2013

Hunting.



Ahora es un año nuevo y afuera está lloviendo. 

Uno espera el momento del nuevo comienzo; como en una línea de partida, nos agazapamos para salir picando hacia el otro extremo. Así los años, los meses, los días… una concatenación de pequeñas metas a cumplir. Objetivos que se alcanzan, se redefinen y se vuelven a perseguir.

Yo me convertí en una experta perseguidora de metas.

Desde hace casi tres años, cuando por primera vez crucé el mar para venir a trabajar en el Reino Unido, supe que lo que me esperaba no sería fácil. Proponerme conseguir lo que hasta entonces había parecido imposible para el resto de mi familia y lograrlo fue un hecho digamos, simbólico. Un punto de partida.

Me convertí en una cazadora de metas, una buscadora compulsiva de nuevos objetivos y eso sembró en mí una hambruna de logros que jamás hubiera imaginado. Pero claro, uno se agota. Uno vive lleno de una ansiedad nadando por las venas que a veces se hace insostenible.

Afuera se hace de noche y es domingo. Hace una semana aproximadamente volé desde Argentina hasta Londres por cuarta vez. Pasé días durmiendo e intenté disfrutar el no tener que buscar trabajo ya que conseguí uno nuevo – fue mi deseo de año nuevo, y este año por lo visto, los deseos se cumplen más rápido.

Pero tuve que salir de abajo de las frazadas y buscar casa. A diferencia de la última vez, encontrar casa este año fue más fácil también, o será que yo me volví más sabia y se mejor cómo, qué y dónde buscar: la casa número uno era perfecta pero la gente me pareció aburrida; en la casa número dos me abrió la puerta una alemana psicópata así que de entrada supe que no podría vivir allí; la casa número tres sacó todos los números ganadores; la casa número cuatro tenía un cuarto en donde la puerta golpeaba la cama y no había placar.    

En una semana me mudo a la casa número tres, con una pareja de españoles, un italiano que no conocí y una gata que se llama Elizabeth y  que se tiró desde el techo del edificio. Todo parece casi perfecto. Digo casi, porque ya no creo en la perfección. Tampoco la busco. No más.

Este domingo no salí de la casa en donde me estoy quedando. Algo en mí me obligó a disfrutar de la tranquilidad que acarrea el hecho de que por lo menos hoy, por lo menos por este rato, puedo descansar y no tener que buscar nada. Puedo soñar con los ojos abiertos e imaginar el momento en el cuál todas mis pertenencias vuelvan a estar bajo un mismo techo, el momento en el cuál deje de vivir de lo que entra en una valija luego de casi 4 meses de vida nómade.

Invité a una amiga a almorzar y al hablar con ella descubrí que lo que generalmente me pesa a mí, esta constante y eterna búsqueda de todo, es lo mismo que le pasa a toda la gente que vive en Londres. Será que hay tanto para ver, será que hay tanto que hacer: si no estás buscando casa o trabajo, estás buscando pareja, entradas de teatro, ofertas de ropa, pares de zapatos agotados o hasta alguna clase de ballet. La ansiedad nos afecta a todos sin importar idioma ni pasaporte; y lo que tenemos que aprender, indefectiblemente, es a tomar las cosas como vienen y acomodar una a una. Y esto es un hecho. Sólo porque es la única manera. No hay otra. Baby steps.

Hay algo en esa sensación de estar corriendo todo el día y cumpliendo estas pequeñas metas que causa una 
satisfacción extraordinaria; esto es, claro, cuando las cosas te van bien. Cuando no te funciona tanto, uno se siente sobrepasado por todo y en un torbellino que te chupa hasta el fondo más oscuro del universo y parece no tener fin. Ahí es cuando uno – y esto lo digo por haber sido succionada por este pozo más de una vez – debe dejarse llevar hasta el fondo, para poder rebotar.

Será esto de tener más años; será quizás el hecho de estar rozando los treinta, pero aprendí a disfrutar y permitirme regodearme en los pequeños logros, por más minúsculos que sean. La constante búsqueda está ahí de todas maneras, podemos retomarla en cualquier momento.

Así que hoy domingo, me quedo en casa con los anteojos puestos, veo lo que hubo de luz por la ventana, tomo café, si quiero no me baño. Después de todo, me lo he ganado. Me repito esto y trato de no sentirme mal por las mil exhibiciones que me estoy perdiendo. Nada que no pueda hacer mañana, pienso.