domingo, 25 de diciembre de 2011

La anarquía en la mesa: las fiestas sin adultos.

Navidad en Barcelona. Vengo escapando de Londres en donde las fiestas están regidas por la dictadura del Pavo y las Mince Pies, el vino caliente y los sweaters con renos. La nieve. Llego a España buscando calor y amigos de esos a los que no les tenés que decir nada de nada que ya saben todo de todo. Vengo con mi falso vegetarianismo que se descarta a más tardar  a la primera hora de pisar Catalunya. Vengo a tomar copitas de Cava en lugares con el piso lleno de grasa y a decir palabras por la mitad tratando de hablar catalán. Vengo a festejar Navidad y recibir el 2012 en lo que será mi primer Navidad sin padres, lejos de casa.

Había que planificar. El menú lo armamos con Cucu mientras tomamos mate una tarde y compramos todo dos días antes. La carne la compramos en un mercado adivinando que sería el corte que estábamos buscando y todo el sector dulces vino de un supermercado. Nada de turrón de verdad.  

Comimos tarde –siempre se come tarde – lo que quisimos y como quisimos: yo decidí comer el jamón solo y dejar la piña de lado, y como si fuera un estandarte revolucionario, me lo comí con la mano. Cenamos tomando Fernet y escuchamos música muy fuerte todo el tiempo. Nadie fue a misa. A la carne al horno la emborrachamos también y estuvimos bien injustos en la ración de verduras.

De entrada habían nachos con guacamole y con eso te reviento los aires navideños porque ni siquiera en Méjico te ponen unos nachos tan pedorros.

Servimos toda la comida en los mismos platos y yo estuve usando el teléfono todo el tiempo. En vez de turrones grandes hubieron sólo garrapiñadas y el helado hubo una que lo comió del pote. No tuvimos ni un solo regalo.

Cuando llame a mi hermana y me puse a gritar me preguntó qué hacía si todavía no era Navidad. El arbolito no tenía bolas pero si una tirita de luces medio tenues y una bandera de fondo.

Cuando brindamos lo dijimos en otro idioma y abrimos todas las botellas que quisimos.

Pero en el fondo, quizás muy en el fondo y sin decirlo en voz alta, todos esperábamos encontrar algo abajo del pino cuando nos levantemos. Aunque hay deseos que no se empaquetan, como por ejemplo estos de mi lista


  •    Que no me crezcan mas pelos
  •  Conseguir casa en las próximas 3 semanas
  • Que no me duela más el amor
  • Algún día volver a sentirme en casa en alguna casa
  • De vez en cuando sentir lo que es la certeza
  • Que la cerveza ya no engorde
  • Nunca mas tener resaca
  • Aprender a cantar
  • Sentir menos frio cuando hace mucho
  • Que no se me tapen más los poros
  • Levantarme un día hablando alemán
  • Que todo lo que tengo que llevar casa vez entre en el hand luggage.

Hay otras cosas que, descubrimos, son regalos que tenemos hace rato y se sacan a relucir solo en Navidad

  • Las tradiciones adaptables
  • Ponerte vestidos y pintarte solo para comer en casa
  • Las canciones que se escuchan sólo esta noche – pero que son las mismas hace 12 años.
  • Tomar LemonChamp con cucharita
  • La sobredosis de garrapiñadas
  • Sentirnos en familia a pesar de vivir tan lejos
  • Poder salir a las 4 de la mañana a bailar, encontrar un antro abierto y bailar hasta que duelan los pies
  • Saber las letras de los temas más más cachudos
  • Saber que la amistad no es afectada ni por el tiempo ni por la locación. 

Ahora es 25 y estoy en pijama. Una de las chicas se fue a trabajar, otra esta recién volviendo de ayer y el hermano esta todavía durmiendo. Hay otro desconocido en la casa y yo ya comí un par de sobras directo del horno y pasé dos horas en internet buscando casa.

Esta es nuestra Navidad ahora. Aunque capaz que en otro lado, en otra casa, haya un paquete con nuestro nombre. No? Todavía quedan los reyes, que, donde yo vengo, dejan regalos arriba de  los zapatos. Si mal no recuerdo en mi casa de Londres tengo casi 14 pares.