martes, 26 de junio de 2012

Al alma hay que darle de comer


Si me ves ahora desde arriba, como con una cámara, encontrarías un desparramo de pelo suelto y piernas, brazos estirados.

Cada día, al atardecer vuelvo a mi casa y no puedo más que echarme en el piso.
Me estoy dejando ir.

Decanto.

Interiorizo los últimos meses de a poco, desde la quietud de mi cuerpo, intentando alcanzar esa misma sensación en el alma, un alma tan cargada de experiencias, tan revuelta de emociones que por más que busque las palabras; no las encuentro. Dicen que Shakespeare es el escritor que más palabras uso en sus textos, pero mejor ni empiezo con eso...

Me refugio en el silencio. Prefiero atesorar lo que viví muy dentro mío y que vaya saliendo de a poquito.

Y vuelvo a sentir mi cuerpo contra el piso, deslizándose en el agua, en cada crujir de huesos, en todos los espejos otra vez encuentro mi cara. Dejo nuevamente que me rocen las manos, que dibujen en mi espalda desnuda para hacerme reaparecer.

Ya no soy más esa que hacía esto: el rol, la institución. Estoy empezando a ser otra vez tan sólo yo. 

Eso es lo que está pasando.

Me desprendo.

Dejo atrás lo que pasó para una vez más tener los brazos bien abiertos. Que llegue lo próximo. Que me lleve.

Y si recién ahora siento que había terminado por comprender como se escriben las cartas, algunas calles del barrio, los horarios del bondi nocturno… Hace no tanto que conocí a toda esta gente que ahora parece tan crucial en mi vida… hace menos de un año yo ni siquiera vivía acá… ya tengo que empezar de nuevo?
Así como construí esto yo se que puedo volver a hacerlo. Quizás esta sea la hora del cambio.

Esta vez con menos prisa. Con más calma. Con una serenidad que es producto de todos estos meses. Porque no sólo cumpli años, sino que alcancé sueños. No sólo estoy más grande – en cada uno de los sentidos literales de la palabra, porque las 18 horas diarias de trabajo han dejado sus secuelas – sino que en un punto… me siento más sabia: con la sabiduría de poder discernir cuánto me falta… que chiquita que soy y que grande que es todo esto que tengo alrededor.

Si.

Creo que soy menos caprichosa: ahora me depilo sola porque es muy caro, como de todo menos picante, fumo cigarrillos armados. Ando en bicicleta por la ciudad y puedo tomar café sin azucar. Ahora ya no necesito que las cosas pasen ya. Gane en paciencia, perdí en mañas… me gusta más estar sola de lo que creo. Si, aunque no lo diga es muy cierto.

Leo mis aplications y pienso, esa soy yo? De verdad puedo hacer todo eso? Yo todavía me siento que no, pero por lo visto, aunque sea en el papel, no estoy mintiendo. Todas esas frases largas llenas de palabras complicadas de supone deben describir a esta que habla, esta que soy de carne y hueso acá tirada en la alfombra porque hoy hizo calor y la humedad aplasta el techo del cielo. 

Está que estalla de tormenta y yo la huelo en el aire. Hasta eso ahora entiendo: cuál es el cielo gris de Londres y cuál es el de aguacero.

Los detalles, las miradas, todas esas cosas, el olor de la madera o las medias mojadas después de una función a cielo abierto… todo eso queda. De eso no me desprendo.  

A lo demás que se lo lleve el viento. Yo ya se con qué me quedo.