domingo, 15 de noviembre de 2009

Organicidad.


 

Era sábado a la mañana cuando nos despertó un reflejo de sol. Rebota en las ventanas del edificio de al lado y atraviesa la puerta que da a mi cuarto…a mi living… bueno, a una mitad de mi casa.

Era un sábado tentador, sin mucho ruido, la calle bañada de luz entre las ramas de los árboles. Nosotros dos y nuestro amor.

Nos subimos al auto y partimos de excursión a una feria de comida orgánica que me había mostrado una amiga vegetariana hace una semana. Uno de esos secretos –no tan secretos- que tiene la ciudad y la hace mágica de vez en cuando. Sábado hippie por donde se lo mire.

Llegamos a la estación de trenes de Chacarita a eso de las dos de la tarde, ahí al lado, al fondo de un callejón y pasando por dos vagones en donde vive gente –específicamente un plomero, ya que su campaña de marketing es un cartel al lado de la puerta- se encuentra el Galpón. Supongo un antiguo guardadero de cosas de los ferroviarios a donde, recordé más tarde, en una época -cuando yo andaba con clavas y antorchas colgando en la espalda todo el día- se hacían fiestas. Recuerdo especialmente una en la que dos chicas hacían clown y sacaban una macetita de su –siempre presente en esta disciplina- valija. En ese galpón hoy hay una feria de comida orgánica que funciona todos los miércoles y sábados.

Hay unas butacas de tren que están afuera en el pasto y adentro un montón de hombres y mujeres que luchan contra la comida veloz. En una cruzada –más bien una guerra declarada- contra la gente anti-ecofriendly, estos mercenarios de lo orgánico plantan, crían, cultivan, procesan y cocinan todo a la vieja usanza: sin ningún conservante ni aditivo y todo, absolutamente todo parece más "verde".

En medio de este mercado de lo sano hay un bar, una especie de muestrario de todo lo que podés comprar –porque cocinan todo, obviamente, con los productos que venden-. Almorzamos unas empanadas gigantes llenas de cosas ricas y unos ravioles de verdura con masa integral…se sentía la harina y todo. Compramos, digamos, compulsivamente y dimos vueltas y más vueltas sintiéndonos parte de este grupo de gente que lucha por el amor y la paz de las verduras, por que las comidas enfrascadas no tengan nada que no sea natural; intentamos desentrañar el significado de varios términos que usaban todos corrientemente allí adentro y que nosotros, por no preguntar, seguimos sin saber qué son. El queso parece más quesoso y los pollos de granja, como decirlo sin que suene mal, parecen pollos fisicoculturistas. Un misterio…

Al costado del galpón hay una especie de Narda Lepes poco mediática, una mujer con pañuelo en la cabeza que da clases de cocina orgánica a quien quiera escuchar, tiene todo arriba de la mesa y cocina con los elementos que tiene, con lo que hay, anti cualquier norma de higiene, pero qué importa, si lo que está usando es sanito sanito. Alrededor de su mesa algunos aprendices de hippie escuchan y anotan y una chica pregunta las cosas más absurdas que se le pueden preguntar a una mujer que enseña a hacer pan con semillas porque ama comerlo, porque siente que ese es su aporte para cambiar el mundo aunque se aun poco. ¿Qué cuántos gramos de qué?... no importa…

También venden libros, para instruirnos en cómo ser mejores habitantes de la tierra y una guía de cómo volver a vivir al campo en el siglo XXI, filtros de agua para purificar nuestras almas…alguna ropa y trapos clásicos de feria y en medio de todo eso un puesto que no logramos descifrar…allí fuimos.

Llegamos hasta un muchacho de sonrisa afable y evidente cabellera larga… nos mira con sus ojos de foca, nos recibe y empieza a explicar lo que vende. Y ahí, en ese mismo instante, se desmorona todo nuestro idilio por lo natural, por lo anti-industrial, nuestro anhelo de vida al aire libre y sin nada más que lo que podamos hacer con nuestras manos, porque este individuo quería vendernos toallitas femeninas de la edad de piedra, aunque con unas telas muy cool, toallitas NO DESCARTABLES para que reciba mi ciclo cada mes, para que lo padezca, para que además de los dolores menstruales y bajadas de presión tenga que llenarme las manos de "eso", lavarlas, recolectar todo en un balde y devolvérselo a la pacha mama para que el ciclo de la vida se complete, para que mis plantas estén más verdes. Y después, el próximo mes, usar las mismas.

¿Y los O.B? ¿Y la rapidez y limpieza de lo descartable? ¿Y "olvidate del olor"? Yo no creo que la Pacha Mama necesite tanto de mí, pensé.

Hay ciertas cosas que no negocio. Ni siquiera por un mundo mejor…

 

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