domingo, 6 de diciembre de 2009

Lavar

Me refugio en la cotidianeidad. Lavo la ropa, enjuago mis manos hasta hacerlas brillar, hasta que la espuma del jabón en polvo que guardo en un frasco desaparezca por completo. Nunca me gustaron las bolsas en que vienen los productos; paso todo a frascos. Limpios, translúcidos frascos de vidrio que antes albergaron mermeladas varias, quizá aceitunas, o pickles también, aunque no me gusten. Acepto los frascos de regalo. Lavo las tapas y saco las marcas hasta convertirlos en idénticos frascos anónimos. Simples recipientes en donde guardar mis secretos, mis deseos, un poco de sal, lo que quedó de pan rallado y el aceite que se puede volver a usar.

Me refugio en lo simple y seguro de ponerme a lavar la ropa que fui amontonando, en separar lo claro de lo oscuro, en escurrir cada prenda y descubrir que siempre me queda agua por sacar, en mojarme un poco las mangas que, aunque arremangue, siempre se terminan por mojar.

Me escondo en el olor que me queda en las manos, en subir a la terraza y colgar todo en la soguita blanca, endeble, que se acomoda al peso de mi ropa empapada que moja el piso rojo de baldosas usadas. Me quedo tranquila porque la ropa va a tener olor a sol en la mañana, porque hasta tengo plancha si quiero hacer desaparecer las arrugas que quedan marcadas.

Me calmo, intento olvidar todo lo que no hago, tapo deseos ocultos, insultos, artimañas, conjuros y profecías lavando platos y bombachas. La vida misma nos da revancha.

1 comentario:

  1. Hermoso texto, Malulandia. Cuando veo ropa tendida al sol en la terraza o patio de una casa, me asaltan esperanzas y pienso que todo es posible, otra vez.

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