miércoles, 28 de julio de 2010

Teatro autogestivo

Me lo echo en la espalda como si pudiera, como si la espalda fuera tan ancha, o yo tuviera tanta fuerza. Hago de cuenta que sí. Que yo puedo, y me lo repito como un curso acelerado de autoayuda para mí misma. Yo puedo.

Me quedo más de tres horas escuchando las canciones una y otra vez hasta que elijo unas cuantas. Cierro los ojos y veo todo. Todo. Tan claro. Tan ordenado. Tan perfectamente sincronizado, que me gustaría poder invitar a alguien a espiarlo un poquito así saben. Así no soy yo sola. Solita no quiero más.

Pero es la última, me repito. Es el último esfuerzo del viaje hasta emprender el otro. El nuevo peregrinar al viejo mundo. Al otro mundo. Me dejo esta canción que no sirve para la obra pero si me sirve a mí. Ahora. Una canción tranquilita para calmar las ansias de salir ya. De subirme ya a un escenario. Yo quería sólo actuar. ¿Y todo esto?

Pasa el recreo autodeclarado. Vuelvo a poner las manos a la obra en la obra. La obra que son mis palabras, mis imágenes, mis sueños condensados y vistos a través de miles de caleidoscopios. Atraviesa el espacio y se mete adentro de la gente. Es ya de todos. Ya la están viendo. Ya existe. Esta fuera de mí.

A trabajar.

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