Esto debe
ser la inminente crisis de los 30, me repito. Sí, seguro. Esto de salir el sábado
a la noche, tomar un poco de más, hacer el comentario de sentirme como una
adolescente y después no poderme mover por horas al otro día; esto es un signo
clarísimo de que la nueva década se me está
por estampar en la cara.
Esta
sensación de opresión en el pecho es, claramente, el bajón que conllevan los
domingos. Un enroscarse en los sillones sin encontrar posición confortante como
si fuera un gato. Estas ganas de llorar porque la lavadora se ha trabado y ya
no quiere andar más, o el simple hecho de que el día se me escape de entre los
dedos como el agua. Es de libro: los domingos son así de grises acá y en la
china.
La cabeza
gacha, oculta entre miles de bufandas, junto con mi sonrisa y las ganas de
socializar son síntomas básicos de la ivernación. Es el frío, los días
eternamente plomo que se acumulan sobre el techo de mis ojos. Las energías ya
volverán con el verano, me susurro, mientras aprieto el paso para escaparle a
la nevisca.
El odio
generalizado a la raza humana que me hace no querer salir de la cama y comer
cinco kilos de chocolate es más que obvio. No tengo que explicarlo: me está por
venir. Cualquier persona que me conozca y esté en su sano juicio elegiría evitarme
hoy, y yo no los culpo. Yo, si me cruzara un día como hoy, decididamente
cruzaría la calle.
Cuántos
factores pueden teñir nuestra personalidad, nuestro día a día, desencajar la
rutina y convertir cada uno de nuestros días en un mundo en sí mismo, no?
Resulta que
hoy todos los factores están… cómo decirlo? Secretamente complotados. Un choque
en cadena de síntomas y situaciones que hacen que el día de hoy sea decretado
un día realmente deprimente.
Una cagada
de día.
Un bajón
absoluto.
Día de
mierda.
Me siento
como el orto.
Quiero
despertarme dentro de tres meses.
Y ya sé que
todo pasará, pasará… pero regodearme un poco en la aparente miseria y terrible
condición de vida en la que me hallo es – obviamente – la frutilla de la torta
del patetismo. No puedo dejar de hacerlo.
La verdad,
no sé para qué me levanté.